Un recorrido
que comenzó con una lluvia que fue de bendición para todos. Nuestra madre,
desde el cielo, lloraba de alegría al ver a sus hijos unidos como hermanos. El
fervor y la devoción por la madre de Jesús no se hizo esperar. En las trece
paradas que hizo La Virgen, no solo los cubanos la aclamaban, sino también los
miles de inmigrantes de países como Nicaragua, Honduras y Venezuela. Y es que
la Virgen es la madre de todos y un símbolo para todos los exiliados en esta
ciudad.
Ante sus ojos,
se alzaba la metrópoli en la que todos fundan sus sueños. Los que se realizan, y
los que se ahogan en el mar que envuelve las entrañas de esta gran ciudad. Así,
al ir recorriendo las calles de Miami, a sus pies iban llegando las oraciones,
las alegrías y el dolor de sus hijos. No hubo espacio para la arrogancia o el
egocentrismo. Todos unidos, en la fe y en el amor, compartimos la gran alegría
de recibir la visita de nuestra madre del cielo.
Al principio, tuve dudas de ir a la peregrinación. Sin embargo, la reflexión de sor Inés me hizo caer en cuenta de que quizás la virgencita tenía algo especial preparado para mí. Reflexión muy acertada de su parte, pues el carro, en el que peregriné, venía con la bandera cubana y con la imagen de la Virgen de La Caridad. Ni tan siquiera conocía a las personas que venían en él, pero la disposición y la acogida del cubano salió a relucir enseguida. Durante toda la peregrinación, no pude estar más que bendecida por la compañía de Carmucha, Mara, Alicia y su madre. Gracias a Mara por su generosidad. Gracias a Susana y a José Luis, el amor que se profesan se hizo extensivo a todos los que asistimos a la peregrinación, incluyendo a los policías que nos escoltaban. Gracias a Miami y a su gente. En verdad, La Caridad nos une.
Ana Yaheli
No hay comentarios:
Publicar un comentario